XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Domingo 6 de octubre de 2024
Mc 10,2-16
«Se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron si era lícito al marido divorciarse de su mujer. Pero él les respondió: “¿Qué les ordenó Moisés?” Dijeron: «Moisés permitió escribir un certificado de divorcio y divorciarme de ella». Jesús les dijo: “Por la dureza de su corazón les escribió esta norma. Pero desde el principio de la creación los hizo varón y hembra; por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne. Así que ya no son dos, sino una sola carne. “Por tanto, el hombre no divida lo que Dios ha unido”.
(Mc 10,2-9)
Durante el camino con sus discípulos hacia Jerusalén, Jesús es abordado por los fariseos, que quieren ponerlo a prueba sobre un argumento muy importante y siempre actual: el matrimonio.
Examinar este diálogo, a la luz de las estadísticas sobre el creciente porcentaje de divorcios en el mundo cristiano causa cierta impresión. Jesús explica que lo que se permitió a través de Moisés no es lo que Dios tenía en mente en el plan original de la creación, sino una concesión debida a la dureza de corazón. En el plan divino «el hombre dejará a su padre y a su madre y SE UNIRÁ a su mujer, y los dos serán una sola carne» (Gn 2,24). ¡Es curioso el hecho de que el verbo utilizado para expresar esta unión, en hebreo, sea davák, raíz de la que también en hebreo moderno proviene la palabra dévek, es decir, “¡pegamento!” Cuando el texto del Génesis fue traducido al griego, los traductores utilizaron el verbo que suena muy familiar en italiano: kollào o kollàomai. En resumen, la idea del pegamento es clara: el marido y la mujer se pegan entre sí. Este es, por tanto, el plan original en la mente de Dios Padre; ¡esta es la amistad matrimonial!
Como toda amistad, también la matrimonial pasa necesariamente por una crisis; el momento idílico termina en un momento determinado y la persona amada se vuelve pesada, incluso insoportable… ¿Qué hacer entonces? Volver a Jesús, pedirle el milagro de transformar el agua en vino, como ocurrió en Caná de Galilea. Si el plan de Dios es para la indisolubilidad del matrimonio, entonces estamos llamados a crecer en la fe y la confianza en Aquel que la pide. Él puede y quiere renovar la amistad matrimonial entre los cónyuges, puede y quiere hacer florecer de nuevo los sentimientos típicos del noviazgo, también en parejas que ya no son tan jóvenes.
Se enseña mucho para guiarnos hacia una profesión, pero nunca lo suficiente para llevarnos a amar con madurez y responsabilidad.
P. Giuseppe