COMENTARIO AL EVANGELIO – IV DOMINGO DE CUARESMA (B)
Domingo 10 de Marzo de 2024
Jn 3,16-18
«Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios».
(Jn 3,16-18)
El evangelista narra un encuentro particular entre Jesús y el fariseo Nicodemo, quien, conmovido por las palabras y los signos realizados por el Maestro, decide encontrarse con él. Se entabla un diálogo entre ambos sobre la necesidad de nacer o renacer del agua y del Espíritu, hasta que llega Jesús para hablar del amor de Dios.
Es la primera vez que aparece el verbo «amar» en este evangelio. La lengua griega, para expresar el concepto de amor, distingue generalmente tres términos, con matices diferentes:
èros: se entiende como amor sensual, orientado al propio bien;
filìa: es el amor basado en una relación de amistad libre e igualitaria, orientada al bien de ambos;
agàpe: es el amor que se convierte en entrega, es decir, caridad: tu bien es más importante que el mío.
El amor de Dios por el mundo es precisamente de este tipo, ágape, un amor que llega hasta dar a su Hijo único. Es un amor personal: Dios no ama a una masa, sino que ama y se relaciona con cada uno personalmente. Nuestro Creador nos hizo a su imagen, no como robots ni por casualidad, sino a cada uno por un designio de amor. ¡El pecado y la mentira nos hacen sentir que Dios no existe o que está lejos de nosotros!
Es un amor incondicional: ¡Dios es Amor y no puede hacer otra cosa que amar, incondicionalmente! Como aquella zarza ardiente a través de la cual se manifestó a Moisés: un fuego de amor, de compasión, de misericordia, que no se consume. La mentalidad actual, incluso religiosa, muchas veces nos hace pensar que Dios no me ama porque no soy bueno y santo, pero el Amor de Dios no depende de nosotros, sino de Él. Es Él quien ha tomado la iniciativa de amarte, independientemente de tu amor, y quiere lo mejor para ti, ¡porque es PADRE!
Liberemos, pues, nuestra mente y nuestro corazón de una imagen equivocada de Dios: Dios es Amor y no envió a Su Hijo para juzgar, sino para salvar, reconciliar…
Lo que sostiene y mantiene al mundo, a pesar de todo, ¡es el amor de Dios!
p. Giuseppe