XIII DOMINGO DEL T.O. (A)
Domingo 2 de Julio de 2023
Mt 10,37-42
«Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; quien ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí; quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien guarde su vida para sí, la perderá; y quien pierda su vida por mí, la encontrará.»
(Mt 10,37-39)
Jesús, desde Cafarnaún, la ciudad donde vivía (Mt 4,13), recorre los pueblos y aldeas de la zona para enseñar, proclamar el Reino y curar toda enfermedad y dolencia (Mt 9,35). Realiza signos que nadie había realizado jamás y, al mismo tiempo, enseña con una autoridad nunca vista. Sus discursos no son del todo ligeros y alentadores, y a veces revelan una «afirmación» que no siempre es fácil de aceptar, sobre todo por la mentalidad imperante hoy en día, al menos en Occidente, que tiende a relativizar todo y a todos, incluso en el ámbito religioso. En otras palabras, Jesús es aceptado siempre que no pretenda ser el único: «Yo soy EL camino…».
En todo el evangelio de Mateo, el término «digno» sólo aparece siete veces, tres de ellas en este breve pasaje. El término griego para «digno» es àxios, que significa propiamente el que equilibra la balanza levantando el otro platillo (GLNT, I, 1013). Podemos decir, pues, que para «estar a la altura de Jesús», para poder entablar amistad con Él, debemos «elevar» nuestra relación con Él, amándole por encima de todas las cosas, incluso
- más que a nuestro padre y a nuestra madre, es decir, a quienes nos han generado en esta vida, nos han criado, nos han educado, nos han amado. Abraham es un claro ejemplo de ello: «Sal de tu tierra, de la casa de tu padre…» (cf. Gn 12,1);
- más que a los hijos, es decir, a los que hemos engendrado, criado, educado, amado. ¡También aquí Abraham vuelve a servir de ejemplo! (cf. Gn 22,10).
Abrahán no dejó que los familiares o los hijos condicionaran su relación con el Señor; es este mismo tipo de amor el que Jesús nos exige a nosotros. Y, ciertamente, la «exigencia» de Jesús no carece de fundamento: se deriva del hecho de que Él es el «Kyrios» (Señor) y, según el primer mandamiento, hay que amar al Señor Dios con todo el corazón (Dt 6,5). Cuando experimentamos que Jesús nos amó y se entregó por nosotros, todo adquiere un nuevo sabor en Él y esta experiencia de salvación desencadena en nosotros una respuesta hacia el Amado. El cristiano que ha conocido a Jesús y le ama, no carga pasivamente con su cruz, sino que la asume con amor, siguiendo el ejemplo del Maestro. La dinámica del amor es vivir en el Amado, por eso también nosotros, como el apóstol Pablo, decimos: «ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20).
p. Giuseppe