A todos los hermanos y hermanas de los oasis – realidades de la
Koinonía Juan Bautista

¡Cristo ha resucitado!

“Qué agradable y delicioso es que los hermanos vivan unidos”. (Sal 133,1)

Querida hermana, querido hermano:

El año jubilar que estamos celebrando nos motiva a reflexionar sobre el gran don que el Señor nos ha hecho: formar parte de una comunidad de amigos. Esta Cuaresma, por tanto, adquiere un significado especial, el de recuperar lo que el tiempo, la distancia y las diversas circunstancias han podido provocar: un enfriamiento de nuestras relaciones de amistad, es decir, de nuestro ser Koinonía. Jesús mismo dijo: Les llamo amigos (cf. Jn 15,15). Estamos obligados a responder a este don de la amistad día tras día.
Cuando entré en la comunidad de Camparmó, la frase que más me impactó de boca del padre Ricardo fue esta: Que nadie se considere un don para los demás, sino más bien que cada uno considere al otro como un don. En su sencillez, esta exhortación expresa la esencia de nuestro ca- mino de conversión, que no coincide con llegar a ser buenos, piadosos, preparados, profesionales, personas que saben hacer bien las cosas… todas ellas características positivas, que, sin embargo, son marginales, o incluso un obstáculo, si no están en sintonía con lo esencial: hacerse don para los demás. En otras palabras: hacerse amigo.
El crecimiento y la expansión de la comunidad son un fruto alentador que manifiesta la bondad y la fidelidad del Señor para con cada uno de nosotros y su obra gloriosa. Al mismo tiempo, es bueno guardarse del riesgo de que se abran las puertas a sentimientos de orgullo, de pretensión y de sentirse indispensables, como si los méritos fueran nuestros, deslizándonos así hacia la típica mentalidad del mundo. El mismo Señor Jesús, que nos colma generosamente de sus dones y carismas para el crecimiento de la comunidad, nos advierte que, desde el principio hasta el final de nuestro camino, debemos considerarnos siervos inútiles (cf. Lc 17, 10).

Si alguien madura una conciencia diferente, de tal modo que se considere un “siervo útil”, debe saber que esta convicción le llevará, tarde o temprano, a encontrarse fuera del cuerpo de la comunidad. Nuestro honor es seguir siendo hermanos, independientemente de los encargos o de las responsabilidades, de los “éxitos” o de los “fracasos”. Todo lo demás es palabrería.

Juan, en su primera carta, dice: “Si caminamos en la luz como Él, que está en la luz, estamos en koinonía unos con otros” (1,7). Con estas palabras el Espíritu nos indica que la fidelidad a la amistad, además de un don, es garantía de nuestro caminar en la luz, en la transparencia y en la verdad. No nos dejemos, pues, engañar por el diablo, que conoce muy bien el valor y la trascendencia de nuestra amistad.
En este momento histórico, caracterizado por la confusión, lo que nos da estabilidad es el amigo; y seguir siendo amigos, a pesar de todo, es el principal aspecto profético de nuestra Koinonía

Querida hermana y querido hermano, dejémonos convertir, pues, en este tiempo de gracia, dirigiéndonos de nuevo con un lenguaje acogedor, edificante, afectuoso y sincero al hermano y a la hermana de nuestra comunidad, tanto a aquellos con los que compartimos la alegría del camino desde hace años, como a los más jóvenes. Aprovechemos todas las oportunidades para vivir según el estilo del Evangelio: perdonando y dejándonos perdonar. Lo dijo Jesús: “Por el amor que se tengan los unos a los otros reconocerán todos que son discípulos míos” (Jn 13,35). Es la cruz invisible pero concreta que cada miembro de la Koinonía lleva en su corazón, la única capaz de hacer que broten alegría y paz, la única que da garantía de que el fruto permanecerá.
Reconquistemos, pues, el don de la amistad, en primer lugar, con el Señor Jesús, a través de la oración; después, con una renovada confianza, en nuestros hermanos.

Con el deseo de un fructífero camino hacia la Pascua de Resurrección, te saludo con afecto.

Even Sapir, 27 de febrero de 2025

p. Giuseppe De Nardi
Pastor general