A todos los hermanos y hermanas de los Oasis y Realidades de la Koinonía juan Bautista
¡Cristo ha resucitado!
«A continuación, el Espíritu lo empujo (a Jesús) al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días siendo tentado por Satanás.» (Mc 1, 12-13)
Querida hermana, querido hermano:
¿Qué necesidad tenía Jesús de pasar a través de la experiencia del desierto? El desierto, de hecho, es el lugar de la soledad, del silencio, de la precariedad, circunstancias favorables para el encuentro con el Señor y con Su Palabra. Jesús, sin embargo, es empujado a este lugar precisamente por el Espíritu Santo inmediatamente después de que el Padre le ha hecho escuchar Su voz y Sus palabras de predilección.
Jesús está en el desierto principalmente para enfrentarse a un personaje antiguo, creado antes de la creación del mundo y de todo lo que contiene: Satanás, literalmente el “enemigo”. En el Nuevo Testamento es llamado “diablo”, es decir, el divisor, aquel que se interpone para separar. En el desierto, este personaje se presenta para “tentar” a Jesús, así dice la traducción española; pero el verbo griego en el texto evangélico es peirazo, es decir, “poner a prueba”, “verificar”, “comprobar” las reacciones del sujeto examinado ante los cambios de las circunstancias. Encontramos el mismo verbo en un célebre pasaje del Génesis, cuando «Dios puso a prueba a Abraham» (22,1) y le ordenó que ofreciera a su hijo Isaac. También en este caso podemos traducirlo como: «Dios quiso “probar” a Abraham», para verificar dónde estaba su corazón y discernir sus prioridades.
Así, en el desierto, el enemigo por excelencia cumple casi una función providencial: hacer emerger lo que hay en el corazón, las verdaderas intenciones que guían nuestras acciones. Como sabemos, Jesús aprobó el examen con la máxima calificación, mostrando plena confianza y abandono en el Padre. En cuanto a nosotros, el desierto es el lugar donde las máscaras caen, es el lugar de la verdad, donde somos quienes somos sin ambigüedades ni fingimientos.
El ritmo de vida nos impone estar en constante movimiento, vigorosos y siempre a la altura de la situación, tratando de seguir el ritmo de este rápido y a veces exigente tren llamado vida, que incluye trabajo, responsabilidades, familia, etc. En esta carrera, los verdaderos momentos de desierto pueden ser el duelo por un ser querido, una enfermedad, una separación o cualquier otra situación de ruptura y desgarro. Estos momentos fuertes, difíciles, aunque son duros y causantes de sufrimiento, constituyen una oportunidad para madurar y tomar una mayor conciencia del valor de la vida, del amor, de la vocación a ser Juan Bautista y, en resumen, de todo lo que permanece y no desaparece. De aquí surge la necesidad de “detenernos”, en un sentido amplio, y sobre todo de poner en marcha medidas que puedan ayudarnos a no distraernos, a escudriñar íntimamente nuestro corazón y a ver cuáles son nuestras verdaderas prioridades en la vida: entrar en la Cuaresma significa precisamente esto.
Querida hermana, querido hermano, en este tiempo fuerte, además de las medidas tradicionales, que no deben descuidarse, como dedicar más tiempo a la oración, ayunar y dar limosna, los invito a realizar gestos heroicos que rompan la rutina de nuestra vida. Concretamente: crear comunión con hermanos y hermanas con quienes hasta ahora no hemos tenido la fuerza o la oportunidad de hacerlo; planificar visitas a enfermos o necesitados; inventar circunstancias favorables para compartir nuestro testimonio. Ofrezcamos plena disponibilidad para que el Espíritu actúe en nosotros y nos “ponga a prueba”, sin miedo, más aún, con valentía, creatividad y radicalidad, expresando así nuestro amor por el Señor y por los hermanos.
Por lo tanto, te deseo un tiempo de desierto bendecido, en preparación para una gozosa y luminosa Pascua de resurrección.
Roma, 12 febrero 2024
p. Giuseppe De Nardi
Pastor general