IV Domingo de Adviento (C)

Domingo 22 diciembre 2024
Lc 1,39-45

«Isabel quedó llena del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: “ Tan pronto como tu saludo llegó a mis oídos, el niño saltó de alegría en mi vientre. Y bienaventurada la que creyó en lo que el Señor le había dicho.»
(Lc 1,41b-45)

Tan pronto como recibió el anuncio del ángel, María fue apresuradamente a visitar a su pariente Isabel, también embarazada, que residía en un pueblo que la tradición identifica con el actual Ein Kerem, que se encuentra a 6 kilómetros al oeste de Jerusalén. María entra en casa de Isabel y la saluda. Precisamente en ese momento, al oír el saludo, el niño -Juan Bautista- salta en el vientre de su madre Isabel. Juan salta de alegría en presencia de María, o mejor dicho, de Jesús que está en el seno de María. El encuentro entre las dos mujeres presenta en realidad el encuentro entre Jesús y su precursor, es decir, aquel que preparará un pueblo dispuesto a recibir al Señor que viene. Este encuentro gozoso marca el pasaje de la promesa a su cumplimiento y es el abrazo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, que da continuidad al plan salvífico de Dios. Como decía también san Agustín: el Antiguo Testamento se ilumina en el Nuevo y en el Nuevo Testamento está escondido el Antiguo.

Desde las primeras líneas, el evangelio de Lucas expresa y repite varias veces la esencia de la buena noticia: ¡la alegría! La alegría es la característica del cristiano, de quien ha encontrado el tesoro, de quien saborea el don y la gratuidad de la salvación en Jesús. Muchas veces confundimos la alegría con un sentimiento pasajero, pero en verdad es fruto del Espíritu Santo (cfr. Gal 5,22). Es una fuerza espiritual que nos permite dar testimonio a pesar de todo: puedo ser y soy llamado a estar alegre incluso y sobre todo en las dificultades y en las pruebas. La alegría no puede coexistir con la tristeza, ¡pero sí con el dolor! No es raro que veamos personas enfermas o sufrientes que, a pesar de ello, transmiten una fuerza, un deseo de vivir, una motivación que remite a lo sobrenatural; esta es precisamente la alegría. En el libro del profeta Nehemías (8,10) está escrito: “¡La alegría del Señor es su fortaleza!». Es la cualidad del cristiano, que no necesariamente se manifiesta en saltar o reír, sino que siempre da fuerza y mantiene al creyente en el camino de la vida, a pesar de todo.

¡Despojémonos entonces de mentalidades y actitudes de tristeza que nada tienen que ver con la nueva y eterna Alianza, y dejémonos mover desde lo más íntimo por el Espíritu Santo para regocijarnos en la presencia de Aquel que todo lo puede!

P. Giuseppe