XXXIV Domingo del T. O. (B), Cristo Rey
Domingo 24 noviembre 2024
Jn 18,33-37
«Pilato volvió entonces al pretorio, hace llamar a Jesús y le dice: “¿Eres tú el rey de los Judíos?”. Jesús responde: “¿Dices esto tú solo, o te lo han dicho otros acerca de mí? (…) Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores habrían peleado para que yo no fuera entregado a los Judíos; pero mi reino no es de aquí abajo.» Entonces Pilato le dijo: “¿Entonces tú eres rey?”. Jesús responde: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto nací y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Quien es de la verdad, escucha mi voz.»
(Jn 18,33-34.36-37)
En las últimas horas dramáticas de su vida terrena, Jesús es sometido a juicio ante Poncio Pilato y la acusación es acerca de su realeza: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Inicialmente Jesús responde indirectamente, refiriéndose a Su reino; luego, presionado por el procurador, afirma Su realeza. Él es rey y por esta misma declaración será condenado a muerte de cruz.
Para captar la profundidad de esta afirmación, debemos dar un gran paso atrás en el tiempo y regresar a la época del profeta Samuel, cuando aún no había una monarquía en Israel. En aquel tiempo, el Señor suscitaba personajes carismáticos, es decir, movidos y guiados por el Espíritu de Dios, que, cuando era necesario, congregaba al pueblo y constituía un ejército capaz de defenderlo de los ataques enemigos. Hasta que el pueblo, cansado de depender siempre de personajes improvisados, le pide a Samuel un rey, al igual que otros pueblos. El Señor concede lo solicitado, pero la concesión tiene un tono dramático y dirigiéndose al profeta le dice: «… no te han rechazado a ti, sino a mí me han rechazado, para que ya no reine sobre ellos» (1Sam 8,7). El verbo rechazar es el mismo usado en Hechos 4,11: «La piedra que desecharon los constructores…». La realeza de Dios es rechazada, descartada. ¿Y por qué? Por ser como los demás, por no ser diferentes, por avergonzarse de vivir según los criterios del reino de Dios.
Volviendo a nosotros… No tenemos miedo de acoger los valores del Reino de los cielos, como la pureza, la fidelidad… porque son los únicos que pueden darnos la alegría que el mundo no puede dar. Acojamos, pues, en nuestras vidas la realeza del Mesías: ¡Jesús su reino es un reino de paz!
P. Giuseppe