XXIII DOMINGO DEL T.O. (B)

Domingo 8 de septiembre de 2024
Marcos 7,31-37

«Le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera la mano. Lo llevó aparte, lejos de la multitud, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva; luego, mirando al cielo, emitió un suspiro y le dijo: “Effata”, es decir: “¡Ábrete!”. Y al momento se le abrieron los oídos, se le desató el nudo de la lengua y habló correctamente.»
(Mc 7,32-35)

La fama de Jesús también tuvo impacto entre los paganos y, en este relato, leemos que Él se dirige decididamente hacia el territorio de la Decápolis -literalmente «territorio de las diez ciudades»- que tenía una población predominantemente de habla griega, con sus propia administración bajo control romano.

Aquí, un hombre sordo y mudo es traído a Jesús; más que mudo, la palabra indica «alguien que se expresa con dificultad, que es incapaz de articular bien las palabras». En la continuación del relato se narran los gestos que Jesús realiza al curar a esta persona: mete los dedos en los oídos y pone saliva en la lengua del enfermo. De hecho, a la saliva se le atribuían comúnmente propiedades terapéuticas. Jesús realiza este ritual con fuerte participación, lo vemos en el hecho de que «mira hacia el cielo», el mismo gesto que hace ante la multiplicación de los panes y de los peces, y «emite un suspiro, un gemido» y luego pronuncia el famoso: “¡Effatà!”, es decir: “¡Ábrete!”.

Inmediatamente “se le abrieron los oídos, se le desató la lengua y hablaba correctamente”. Entre el ser sordomudo y el final feliz de la recuperación, hay un gesto introductorio de fundamental importancia: «Lo llevó aparte, lejos de la multitud». Este es el momento más importante para curarse, para hablar «correctamente», adverbio que en griego significa «rectamente».

También para nosotros es decisivo salir de la multitud, de nuestro pequeño mundo, de nuestras certezas, de la sordera de no poder escuchar más la voz del Maestro. Dediquemos un tiempo para estar en presencia de Jesús, cara a cara con Él. ¡Éste es el primer paso del que depende todo lo demás! Entonces, el Señor nos hace oír Su palabra, nos toca y hace que de nuestro lenguaje salga una palabra purificada, no sólo correcta, sino también recta.

P. Giuseppe