XX DOMINGO DEL T.O. (B)

Domingo 18 agosto 2024
Jn 6,51-58

«Entonces los judíos discutían amargamente entre sí: «¿Cómo puede darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que tiene la vida, me envió y yo vivo para el Padre, así también el que me coma vivirá para mí. Este es el pan bajado del cielo; no es como el pan que comieron los padres y murieron. El que come este pan vivirá para siempre’».
(Jn 6,52-58)

Estando en la sinagoga de Cafarnaún, Jesús habla del maná, el alimento providencial que sostuvo al pueblo de Israel en su peregrinar por el desierto. A partir de este tema, el Maestro pasa a aplicar la Palabra de manera audaz, refiriéndose a sí mismo ciertos pasajes de la Escritura, como: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo». En este punto, el ambiente se enciende.

El verbo que se traduce como «discutir amargamente» significa literalmente «luchar», de hecho es un verbo que se utiliza en el ámbito militar. Por tanto, podemos decir que los oyentes de Cafarnaún, ante las palabras de Jesús, empiezan a discutir amargamente entre ellos, como diciendo: «¿De verdad dice este hombre que nos lo tenemos que comer? No somos caníbales!». Y aquí Jesús disipa toda ambigüedad y habla con absoluta claridad: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él»; por primera vez en el evangelio de Juan se utiliza el verbo griego trògo, que no indica un simple comer, sino incluso «romper con los dientes», «devorar».

El discurso de Cafarnaún nos interpela y nos hace reflexionar sobre el misterio de la Eucaristía, de la presencia de Dios de forma sacramental. Dejémonos sorprender por esta realidad, acercándonos a la Eucaristía no de manera habitual, sino acogiendo esta Presencia con renovada gratitud, conscientes de que no es sólo una forma de decir, sino que verdaderamente nos alimentamos con el cuerpo y la sangre de Jesús.

P. Giuseppe