COMENTARIO AL EVANGELIO – V DOMINGO DE CUARESMA (B)

Domingo 17 de Marzo de 2024
Jn 12,20-33

«Él les dijo: ‘Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado. En verdad, en verdad les digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde, y el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi siervo. Si alguno me sirve, el Padre lo honrará'».
(Jn 12,23-26)

Con estas palabras, Jesús nos revela un secreto de capital importancia, que es la base de la vida y del misticismo cristianos. Es una paradoja que Jesús mismo vivió plenamente, y que se nos revela con la inminencia de su muerte y resurrección.

En los tres evangelios sinópticos se relata este mismo discurso de Jesús, aunque en contextos diferentes y con términos diferentes, encontramos: «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la salvará» (Mt 16,25; Mc 8,35, Lc 9,24); en el Evangelio de Juan, en cambio, «el que ama su vida, la pierde, y el que odia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna».

En los sinópticos, los términos contrastantes son: ahorrar – perder; mientras que en Juan: amor – odio. Estos son dos términos significativos con significados opuestos.

«Amar la propia vida», «querer la propia vida», significa ser el centro de todo lo que somos y hacemos. Por mucho que cada uno se esfuerce por hacer buenas obras, lo que da discernimiento en cuanto a su valor es la intención por la que se hacen. Si en la intención estoy y permanezco en el centro, entonces pierdo la bendición, la gracia, el don de la vida en plenitud; vivo cada vez menos, hasta que me deprimo. Al contrario, si «odio» mi vida, es decir, pongo en el centro al otro —es decir, a Jesús y en Jesús a mi prójimo—, entonces vivo en plenitud, y crezco cada vez más en entusiasmo, fuerza, vitalidad, pero sobre todo soy un auténtico discípulo de Jesús Maestro, que ya no nos llama siervos, sino amigos (Jn 15,15). Las mismas obras de servicio que hacemos nosotros, nos hacen siervos cuando las hacemos poniendo nuestro «yo» en el centro, mientras que nos hacen amigos cuando ponemos a Jesús en el centro de lo que somos y hacemos, y con Él a nuestros hermanos y hermanas.

p. Giuseppe