XXVIII DOMINGO DEL T.O. (A)
Domingo 15 de Octubre 2023
Mt 22,1-14
«Jesús volvió a hablarles en parábolas y les dijo: ‘El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo una fiesta de bodas a su hijo'»
(Mt 22,1-2)
Este es el destino de la historia: un banquete de bodas. El Rey, es decir, el Padre, está preparando las bodas de su Hijo, Jesucristo, a lo largo de la historia.
Todo lo que somos y hacemos forma parte de esta gran perspectiva, pero es fácil distraernos de esta visión escatológica, porque estamos atrapados en lo contingente y no contemplamos esta realidad que es alegre, motivadora y portadora de esperanza. Jesús, el unigénito del Padre, vino como el Mesías de Israel y manifestó su salvación dando todo de sí mismo; pero también prometió su regreso, como la ESPOSO.
El lapso de tiempo entre la primera y la segunda venida es el tiempo de la Iglesia, es decir, el pueblo de los salvados que peregrina en esta tierra hacia la meta: las bodas del Cordero.
La parábola continúa: el rey envía dos veces a sus criados a convocar a los invitados; a pesar de la perspectiva de un menú rico y atrayente, la mayoría de ellos parecen no estar interesados, porque están atrapados en sus propios asuntos. La rutina de la vida provoca una especie de narcosis, actúa como anestésico y distrae la mirada del objetivo final. No pocas veces se escucha la palabra de Dios, pero no arraiga… Además, la atmósfera de indiferencia en la que estamos inmersos apaga el entusiasmo y el asombro.
Otra parte de los invitados responde con arrogancia y prepotencia y maltrata a los servidores del rey hasta matarlos: no sólo hay indiferencia y desinterés, también hay aversión e incluso violencia hacia la Buena Noticia, hacia la invitación de boda.
Al final, el rey sigue enviando sirvientes para que inviten a todos indiscriminadamente, de modo que el salón de bodas se llena de comensales: la Iglesia está abierta a todos. ¡Pero no basta con ser invitados, también hay que ser elegidos, es decir, adherirse a la llamada poniendo en práctica la Palabra de Dios, despojándonos del hombre viejo con sus malos deseos y vistiéndonos del Señor Jesucristo.
¡Dejémonos atrapar por la realidad de nuestro destino -las bodas del Cordero y con el Cordero- para vivir y servir con mayor entusiasmo y ardor!
p. Giuseppe